por Cristina Rosolio Pirovano.
Todo el circo romano que viene armando la oposición para victimizarse, por infortunio, es pan para la gente que no es muy afecta a pensar por sí misma, que embucha material premasticado, que está intelectualmente incapacitada para desmenuzar la realidad, como si la fractura del pasado nunca les hubiera adiestrado para plantarse ante la convalecencia del futuro.
Mejor ni digo que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, porque muchos argentinos parecen tener el insolente placer de tropezar no sólo dos, sino tres, infinitas veces con la misma piedra, sin importarles un pito las consecuencias que sus “tropiezos” producen en los demás.
Es que los muy cínicos, antes del desplome se aferran a los que van a su lado para no caerse, logrando de este modo que se desplomen todos.
Así, el repitente y perverso tropezador logra caer medio parado, sacudirse un poco la ropa y seguir jodiendo por la vida sin importarle un comino que pasó con los que por su culpa, terminaron cayendo, y muchos de ellos, para siempre.
Con esta basura de gente nos toca convivir en esta etapa del país. Menuda tarea nos espera. Tipos como estos tienen una capacidad de resiliencia de cuento de horror, capacidad que les lleva a provocar las adversidades que después llueven sobre todos nosotros -los buenos de la película- por qué no decirlo con cierta intrepidez.
Estos ejemplares negativos, no necesitan de la autoestima, ni de la energía, ni de la educación, ni del contexto social ni de ninguna de las herramientas que la resiliencia positiva utiliza para revelarse. A ellos les basta la impudencia de formar parte de la peoría, y ya está. Con eso, lo pueden todo.
Compañeros del bando de los buenos, si hay algo que no podemos permitir es que la contra se victimice. Estemos muy atentos. Ellos ahora están queriendo imponer la palabra “miedo”, quieren instalar “que tienen miedo”, pero en verdad no tienen nada de miedo, ¡qué va!, y no tienen nada de miedo porque saben muy bien que nosotros somos “los buenos” de la historia. Los únicos que en verdad somos derechos y somos humanos.
Ese “par de pájaros” dice que tiene miedo. Mr. Chance dice que tiene miedo. Otros picos dicen tener miedo. Mienten. Mienten para que los eternamente distraídos crean que hay un clima de miedo. Nunca jamás este gobierno hizo desaparecer a alguien. Nunca jamás. Nosotros somos los que les tenemos que tener miedo a ellos. A nosotros los buenos en esta década nos desapareció Julio López. A nosotros los buenos nos mataron a Fuentealba; a Claudio “Pocho” Lepratti, a Silvia Suppo, y a tantos otros que sería un poco largo de enumerar. A los buenos que pertenecen a las comunidades indígenas son los que someten los poderosos para robarles sus tierras. Sobre los pibes que ingresan a alfabetizarse o a cumplimentar con la secundaria por prepotencia de una ley que los beneficiará a futuro, algunos docentes cuchichean a sus espaldas “que son unos negros de mierda, que nos les van a dejar sacar los libros de las Bibliotecas, para que se los paguen con la Asignación Universal.”
Estos son los que están del otro lado. Y meten miedo, carajo. El miedo es nuestro, el de los buenos. ¿Hasta donde quieren llegar los malos de la contra?, ¿hasta acabar con todos los morochos del país por portación de pobreza? ¿A impedir la inclusión porque sino se les acaban las sirvientas?
Tenemos miles de razones para tenerles miedo. Tienen a la prensa opositora a su favor. Tienen el poder económico. Tienen odio de clase. ¿Qué mejores razones?
Nosotros, los buenos, en cambio no tenemos a la prensa a nuestro favor, salvo insignes excepciones. Nosotros sólo buscamos la verdad. Para encontrarla sólo tenemos de aliada a la Internet. Y nos tenemos a nosotros, valiosos, unidos, perspicaces, moralmente indiscutibles por nuestra vieja vocación de apasionarnos por un modelo nacional y popular que nos incluya a todos. Y el modelo ahora está aquí. Falta profundizarlo, pero está aquí. Y hay que defenderlo.
Para defenderlo, sólo nos bastará tener memoria, y aplicar a nuestra vida cotidiana ese cuento del esclavo negro en la pista del circo romano, que puedo resumir así: “El esclavo negro está enterrado en la arena, sólo asoma su cabeza. Enfrente, un león enjaulado. La muchedumbre -panem et circum- delira de la emoción. Sueltan al león, y el muy desgraciado se abalanza sobre la cabeza del cautivo para comérsela de un tarascón. El infortunado negro se ladea hacia un lado y el león en la precipitada carrera pasa de largo. Se repite una y otra vez la escena en medio de los gritos de la muchedumbre delirante: el negro ladea la cabeza cada vez, y el león pasa corriendo de largo. En un último intento, el esclavo negro, haciendo un esfuerzo sobrehumano clava sus dientes en los testículos del león. Por fin huye la bestia entre rugidos de dolor.
Ahí es cuando se escucha la furia de la muchedumbre que esperaba otro final. Ahí ese público frustrado y delirante se pone de pie mientras aúlla ¡negro traidor!, ¡negro traidor! ¡tramposo hijo de puta!”
Hoy se puede ver la furia de la oposición, igual a la de la muchedumbre que quiere pan y circo. Esa muchedumbre que como en el circo romano está sentada en sus bancos o en sus bancadas, frustrada y delirante. Baste ver a Solanas, a Lozano, a Carrió, a algunos vecinos míos, en fin, a todos ellos, enfurecidos, negándonos la herramienta que significaría tener la Ley de Medios que merecemos, para poder ladear la cabeza y evitar el tarascón.
¿O habría que probar morderles los testículos para que se les acabe su maldita gesta, haciendo valer nuestras perlas?
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