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Cristinismo, peronismo, progresismo.


El debate abierto entre sectores oficialistas sobre las características ideológicas del Gobierno parecen ir más allá de las definiciones del año electoral. Los argumentos de unos y otros.
Las elecciones de 2011 muestran un cambio o por lo menos una discusión en torno a conceptos que durante los últimos 15 años permanecían más o menos inalterables. Las palabras peronismo, populismo, progresismo, kirchnerismo y ahora cristinismo se entreveran en una discusión que tiene un sentido políticoelectoral, pero que quizás sea parte de modificaciones algo más profundas en el panorama de la política argentina.
Primero fue el sociólogo oficialista Artemio López, que decidió darle aire a una polémica que mantiene con sectores afines al kirchnerismo: salió a bombardear la noción de que el kirchnerismo no sería una forma de “peronismo”, sino de “progresismo”. El titular de la consultora Equis cuestionó con dureza la idea de que el actual oficialismo sea una “superación” del movimiento y la identidad política nacida con Juan Domingo Perón.
Blanco de sus fuertes críticas no fue un dirigente ni un teórico de la política, sino la periodista Sandra Russo, columnista del programa icónico oficialista “678”. “Pensamos que el kirchnerismo es una modalidad histórica concreta del populismo peronista (hay otras), y sus condiciones de aparición y desarrollo no se explican sin el populismo justicialista como fundamento”, explicó en su momento López.Las trifulcas de este tipo al interior del oficialismo pueden rastrearse hasta otro momento histórico, el año 2007, cuando Néstor Kirchner decidió dar pasos hacia la estructura del PJ para pasar a presidir el partido, al que había mantenido más o menos “congelado” desde un accidentado congreso de Parque Norte de 2004. Algunos sectores se mostraron entonces críticos de que Kirchner se recostara en el PJ y otros lo comprendieron como parte de una estrategia más abarcativa.
Como una primera conclusión muy preliminar: cuando dentro del oficialismo surgen disputas de este tenor es muy probable que se trate de momentos de bajos niveles de amenaza “externa” para la continuidad del proyecto político que hoy lidera la presidenta Cristina Kirchner. Desde la resolución 125, en 2008, hasta la muerte de Néstor Kirchner a ningún referente vinculado al kirchnerismo se le hubiera ocurrido plantear estas polémicas de tipo “teórico”.
Hubo en ese lapso más bien un abroquelamiento de sectores con indentidades diversas y, al menos, un norte común, dado por la defensa de las iniciativas del Gobierno Nacional. En los últimos días se conoció otro elemento que aporta al mismo debate. El secretario de Comunicación Pública, Juan Manuel Abal Medina, muy cercano a Néstor Kirchner durante sus últimos meses de vida, expresó que fue “en la batalla de la 125” cuando “nació el kirchnerismo”.
Se trató de una interpretación que no carece de sentido, si se tiene en cuenta que el
propio Kirchner afirmaba en público que la gestión de su esposa al frente del Ejecutivo había sido a su criterio mucho mejor que la que le tocó liderar a él. Dicho de otro modo, el gobierno de Kirchner, si bien expresó un rumbo político más que claro, no pudo mostrar la escalada de medidas de distinto tenor pero de gran relevancia que tienen su inicio en la 125, pero que continúan con la estatización de las AFJP, la Ley de Medios, la Asignación Universal por Hijo, el nombramiento de una economista heterodoxa al frente del Banco Central, el uso de reservas de la entidad monetaria para el pago de deuda pública y el matrimonio entre personas del mismo sexo.
A su vez, la oposición, ya en el terreno preelectoral de 2011 parece haber retomado
la polémica. Los sectores más hacia la “izquierda” del radicalismo, como el Gen, de
Margarita Stolbizer y dirigentes alineados con Ricardo Alfonsín, y también Pino Solanas y el cordobés Luis Juez han salido a machacar con la idea de que el kirchnerismo es un “falso progresismo”.
Quizás Artemio López y quienes abonan su tesis de que el kirchnerismo no es más que
un formato de populismo peronista se rían de esta definición por carecer de lógica. Para ellos, seguramente, no se puede tildar de “falso” algo que no pertenece a determinada clasificación. Se sumó a la batalla verbal ya en pleno rol de candidato el radical Ernesto Sanz, quien días atrás rechazó ser el postulante “del establishment” y acusó al Gobierno de tener un “comportamiento de derecha”.
Aquí, su argumentación completa: “Haber reemplazado al capitalismo de los ’90, que era muy malo, con este capitalismo de esta década al amparo de los beneficios y los privilegios del poder y de mucha corruptela, es un comportamiento de derecha”.
Cuando consultaron al candidato radical sobre la buena opinión que tiene de él el
número uno de Techint, Paolo Rocca, explicó: “Es porque tengo una visión de país en
donde el modelo de generación de riqueza lo pongo en el mismo lugar del de distribución de riqueza”.
Volviendo a la polémica sobre categorías políticas podría destacarse también que,
de cara a las próximas elecciones, parte de un sector que era identificado como “progresista” parece haber emprendido un viaje con destino no del todo cierto hacia un territorio un poco por fuera de aquella noción. El acercamiento pleno de Martín Sabbatella a la presidenta Cristina Kirchner y su coalición de gobierno de múltiples puntos de apoyo aleja al diputado de un ideario sólo asentado en la transparencia de la gestión, el respeto por las buenas prácticas de gobierno y cierta cosmovisión de izquierda.
Las turbulencias políticas que plantea el oficialismo cuando polemiza de manera decidida con determinados sectores sociales (productores agropecuarios, la Iglesia, las AFJP, etcétera) achica el margen para un discurso “pulcro” que suele hacer referencia a “lo nuevo” en contraposición con “lo viejo” y lo acerca a la complejidad de lo que López llamaría “populismo”. De ese modo, puede pensarse que la Plaza de Mayo que despidió los restos de Néstor Kirchner en octubre pasado estuvo cruzada por todas esas categorías, pero lo que sí es cierto es que el “progresismo sin más”, a la vieja usanza, tenía poco lugar en aquel escenario emotivo y visceral en el que más bien
se reivindicaron ciertas irreverencias del ex Presidente y la marca a fuego que dejó en la política argentina, con su impronta de decisión y autoridad.
Quizás el “progresismo” como lo conocimos haya muerto junto con el ex Mandatario.
¿Y el “cristinismo”? Los primeros pasos políticos dados por la Jefa de Estado en este
2011 hablan de una impronta propia. El discurso que ofreció ante la Asamblea Legislativa el 1ro. de marzo habló más bien de una búsqueda de conexión directa con la sociedad, que de continuidad de un rumbo prefijado. Así, anunció un beneficio social importante para embarazadas, al tiempo que cuidó un costado institucional cuando echó por tierra la idea de una reelección indefinida. Y si bien cuestionó a sectores del poder real económico también apuntó contra lo que podrían considerarse “desbordes” de sus propios aliados –sus “compañeros” peronistas, en sus propias palabras–, algunos gremios de la CGT.
La Jefa de Estado se refirió en particular a los trabajadores que prestan servicios públicos y de transporte. Enseguida llegó una exhortación del Gobierno Nacional a dejar a un lado los piquetes como método de protesta y un operativo de la Policía Federal para despejar las vías del ex Ferrocarril Roca ante una desordenada protesta de un grupo de vendedores ambulantes. Los analistas políticos enfrentados con
el Gobierno se ven algo desorientados ante este panorama. Por un lado, están aquellos
que claman que la gestión de la Presidenta ha dado un giro hacia los sectores juveniles
y radicalizados y más izquierdistas del kirchnerismo.
Denuncian un cierto desapego con respecto a la dirigencia histórica del peronismo.
Por otra parte –es raro, pero quienes lo hacen son muchas veces los mismos analistas– dan cuenta de un “giro al centro” de la Presidenta. Una forma de analizar el discurso oficial en este contexto –de algún modo, si es que existe, pensar qué contornos comienza a delinear el “cristinismo”– tiene que ver con determinar qué distancia ha definido tener la Presidenta con la sociedad.
Los fuertes conflictos que protagonizó entre 2008 y 2010 su gestión con distintos sectores parecían mostrar a un kirchnerismo que iba, por momentos, más “rápido” en las reivindicaciones de lo que le pedía el ciudadano promedio. ¿El beneficio de aquellas contiendas? La consolidación de una base social netamente kirchnerista a la que le gusta defender la impronta de “profundización del cambio”. La recuperación económica, los exitosos festejos del Bicentenario, la neutralización de la oposición en el Congreso y la muerte de Néstor Kirchner –entendidos como principales hechos políticos en 2010– cambiaron el panorama electoral de cara a 2011.
Ahora, la Presidenta, al cuestionar las protestas que se convierten en “desbordes” así como las discusiones “bizantinas” y convocar a sumar voluntades sin importar de “dónde vengan” parece haber elegido no ir ni más rápido ni más lento que el grueso de la sociedad, en medio del convulsionado año electoral. El panorama de las caracterizaciones políticas sigue abierto y eso no deja de ser una novedad. Cristina Kirchner, a ocho años de la llegada al poder de su esposo, tiene aún la posibilidad de extender la vigencia del proyecto político que encabeza por un período presidencial más.
Su contenido (¿progresista? ¿peronista? ¿kirchnerista? ¿cristinista?) le tocará definirlo a ella y a sus seguidores.
Artículo publicado por Nicolás Tereschuk en la edición nº27 de el estadista)

Comentarios

Javier ha dicho que…
Me resultaba muy interesante la nota y me había preguntarme por quien la había escrito . Mide no?

Lo viste en Vision 7 antes de que Cristina abriera la sesiones el primero de marzo , estaban de invitado junto con Lucas Ghi analizando antes el discurso que podia dar Cristina

Un abrazo
burgués asustado ha dicho que…
mide!!! un abrazo Javier.

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