Matías Kulfas Director del Banco Nación de la República Argentina ()
La tapa de una edición del semanario británico The Economist lo dice todo: un libro de moderna teoría económica derritiéndose cual chocolate en el fragor del verano. La crisis internacional ha puesto en evidencia la inutilidad del paradigma neoclásico - neoliberal que ha impregnado el análisis económico y las recomendaciones de los organismos internacionales que supuestamente debieron ocuparse de generar marcos propicios para el desarrollo y la paz mundial.
La idea de que los mercados financieros cada vez más desregulados iban a canalizar recursos para el desarrollo de los países más pobres se dio de bruces con la realidad. Lo único que potenciaron fueron las ganancias de las grandes corporaciones financieras y sus consecuencias son que hoy en el mundo millones de personas pierden sus empleos y crece la pobreza.
Es necesario replantear la agenda del análisis económico para que pueda aportar a generar soluciones para las grandes mayorías antes que rentabilidad financiera para unos pocos. Ya el mundo de la segunda postguerra, bajo la inspiración keynesiana, se propuso controlar los movimientos de capitales. Keynes fue más allá, sosteniendo que incluso los flujos de comercio debían ser administrados. Esta agenda fue abandonada rápidamente por presiones de los poderes financieros que se ocuparon de propagandizar que la liberalización financiera canalizaría ahorros ociosos hacia inversiones en todo el planeta. El resultado fue que las tasas de inversión no crecieron sino se redujeron y lo que se incrementó en realidad fue la especulación financiera.
La administración del comercio es central para entender que la competencia predatoria a partir de bajos salarios no estimula el desarrollo sino una mayor explotación de los trabajadores. Antes que más liberalización, es necesaria una agenda para el desarrollo en la cual la política industrial y de desarrollo productivo en general debe ocupar un papel central. Resulta patético ver a los países pobres pidiendo más liberalización y menos subsidios a los países desarrollados: lo que necesitan es más industrialización y eso se logra con más subsidios y no por obra del mercado (si algún economista puede encontrar un ejemplo histórico de industrialización sin impulso estatal que lo exponga por favor).
Otro aspecto que debería integrar esta nueva agenda es la cuestión ambiental. Cada vez toma más fuerza la necesidad de cambiar los métodos de producción para evitar la depredación ambiental. Los avances tecnológicos en la materia son importantísimos. Si los economistas se hubieran dedicado más a pensar una reconversión tecnológica que estimule una nueva etapa de industrialización a nivel mundial en vez de especializarse en ‘innovaciones financieras’, como algunos tristemente célebres premios Nobel, probablemente tendríamos muchos más elementos para el crecimiento sustentable en lugar de esta crisis.
Finalmente, es necesaria una agenda para el hambre. El mundo parece haberse acostumbrado a vivir con regiones enteras sumidas en tragedias espantosas a causa del hambre. Las revoluciones tecnológicas que han permitido multiplicar la productividad en la producción de alimentos sólo parece haber sido de utilidad para la apropiación de rentas extraordinarias y, una vez más, la especulación financiera. Una ciencia económica que se desentienda del problema del hambre o que deje esa problemática en manos de la supuesta eficiencia de los mercados es tan absurda como una ciencia médica que no le interese salvar vidas.
La tapa de una edición del semanario británico The Economist lo dice todo: un libro de moderna teoría económica derritiéndose cual chocolate en el fragor del verano. La crisis internacional ha puesto en evidencia la inutilidad del paradigma neoclásico - neoliberal que ha impregnado el análisis económico y las recomendaciones de los organismos internacionales que supuestamente debieron ocuparse de generar marcos propicios para el desarrollo y la paz mundial.
La idea de que los mercados financieros cada vez más desregulados iban a canalizar recursos para el desarrollo de los países más pobres se dio de bruces con la realidad. Lo único que potenciaron fueron las ganancias de las grandes corporaciones financieras y sus consecuencias son que hoy en el mundo millones de personas pierden sus empleos y crece la pobreza.
Es necesario replantear la agenda del análisis económico para que pueda aportar a generar soluciones para las grandes mayorías antes que rentabilidad financiera para unos pocos. Ya el mundo de la segunda postguerra, bajo la inspiración keynesiana, se propuso controlar los movimientos de capitales. Keynes fue más allá, sosteniendo que incluso los flujos de comercio debían ser administrados. Esta agenda fue abandonada rápidamente por presiones de los poderes financieros que se ocuparon de propagandizar que la liberalización financiera canalizaría ahorros ociosos hacia inversiones en todo el planeta. El resultado fue que las tasas de inversión no crecieron sino se redujeron y lo que se incrementó en realidad fue la especulación financiera.
La administración del comercio es central para entender que la competencia predatoria a partir de bajos salarios no estimula el desarrollo sino una mayor explotación de los trabajadores. Antes que más liberalización, es necesaria una agenda para el desarrollo en la cual la política industrial y de desarrollo productivo en general debe ocupar un papel central. Resulta patético ver a los países pobres pidiendo más liberalización y menos subsidios a los países desarrollados: lo que necesitan es más industrialización y eso se logra con más subsidios y no por obra del mercado (si algún economista puede encontrar un ejemplo histórico de industrialización sin impulso estatal que lo exponga por favor).
Otro aspecto que debería integrar esta nueva agenda es la cuestión ambiental. Cada vez toma más fuerza la necesidad de cambiar los métodos de producción para evitar la depredación ambiental. Los avances tecnológicos en la materia son importantísimos. Si los economistas se hubieran dedicado más a pensar una reconversión tecnológica que estimule una nueva etapa de industrialización a nivel mundial en vez de especializarse en ‘innovaciones financieras’, como algunos tristemente célebres premios Nobel, probablemente tendríamos muchos más elementos para el crecimiento sustentable en lugar de esta crisis.
Finalmente, es necesaria una agenda para el hambre. El mundo parece haberse acostumbrado a vivir con regiones enteras sumidas en tragedias espantosas a causa del hambre. Las revoluciones tecnológicas que han permitido multiplicar la productividad en la producción de alimentos sólo parece haber sido de utilidad para la apropiación de rentas extraordinarias y, una vez más, la especulación financiera. Una ciencia económica que se desentienda del problema del hambre o que deje esa problemática en manos de la supuesta eficiencia de los mercados es tan absurda como una ciencia médica que no le interese salvar vidas.
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